En 2013, Xi Jinping asumió el poder prometiendo luchar por «el gran renacimiento de la nación china» algo no muy distinto al «hacer grande a EE.UU. otra vez» de Trump
El avance silencioso de la China comunista hacia la cúspide del poder mundial, financiada por la complicidad occidental con los precios bajos de los productos chinos, se ha topado con la terquedad del presidente Donald Trump, quien parece estar convenido de que para que EE.UU. sea grande otra vez es necesario poner en su lugar –al menos en segundo– a China.
Con cierto rezago y lentitud estamos descubriendo que el regreso de Trump a la Casa Blanca implica una lucha de poder sin cuartel para disipar cualquier duda de que EE.UU.es quien domina el orden mundial. Con el paso de los días queda claro que en Washington están dispuestos a hacer todo lo que sea necesario para lograrlo, confiando que no sea tarde, tras cuatros años de miopía e inoperancia por parte de los demócratas en esta materia.
Desde la óptica de Pekín, Europa no está en el centro del mundo, sino al margen o en la periferia de los centros de poder
En Europa y España mucho se presume de conocer y criticar de la política estadounidense, pero poco se conoce y casi nada se señala del régimen autocrático dirigido por Xi Jinping. Bastaría detenernos a ver el mapa que usa la Cancillería china en sus conferencias de prensa para enterarnos que desde la óptica de Pekín, los países europeos no están en el centro del mundo, sino al margen o en la periferia de los centros de poder.

Sería un error pensar que para China seremos un socio al mismo nivel. Para el Partido Comunista y Pekín, su único adversario o competencia a su nivel es Estados Unidos y está al otro lado del Pacífico. El Atlántico no representa una prioridad en su visión global del poder.
Xi, a diferencia de Trump, tiene el privilegio comunista de no preocuparse por la opinión pública ni soportar la alternancia del poder
En 2013, Xi Jinping asumió el poder –sin competir en ninguna primaria interna ni mucho menos medirse con otro partido– prometiendo luchar por «el gran renacimiento de la nación china», algo no muy distinto al «hacer grande a EE.UU. otra vez» de Trump, pero con una importante ventaja: Xi tiene el privilegio comunista de no preocuparse por la opinión pública, soportar a los medios de comunicación, medirse en elecciones ni tampoco al riesgo de la alternancia del poder.
En diferentes épocas, China fue llamada el «Reino Medio o Central», lo que implicaba su papel superior, el Centro de la Civilización o incluso del Mundo
Olvidando por un momento que China es una dictadura y EE.UU. –aunque imperfecta– una democracia, no deberíamos culpar a sus líderes de querer engrandecer a sus respectivos países. Lo que sí nos toca, por muy incómodo que resulte, es escoger en qué mapa queremos figurar y qué lugar en el mundo queremos ocupar.
INDO PACÍFICO
Se trata de posicionarnos geopolíticamente y decidir si queremos estar en el centro del mapa, como a pesar de todas las críticas, en Washington nos ubican como parte de Occidente, o pasar a un segundo plano, al margen y en definitiva a la periferia del poder mundial, como en Pekín ya nos ubican sin ningún disimulo.

Si bien durante su primer mandato, el presidente Trumpabrió un ajuste de cuentas comercial y lanzó duros reproches por el «virus chino», como denominó al coronavirus, no vimos nada parecido a lo que estamos presenciando estos días.
Es posible que el líder republicano, conociendo lo fugaz que es una presidencia en EE.UU. no quiera perder más tiempo –tomando en cuenta los cuatro años de «Sleepy Joe», como suele llamar a su predecesor demócrata– temiendo que sea tarde para neutralizar al «tigre agazapado», como denomina a la China comunista su asesor comercial Peter Navarro.
ESTADOS UNIDOS
Trump no parece dudar en aprovechar la todavía posición de primera potencia mundial de EE.UU. para alinear a sus aliados y pararle los pies a Xi Jinping en una batalla que va más allá de jugarse su propio liderazgo e imagen de ‘hombres fuertes’ predestinados a dominar.

Quizás, lo que presenciamos hoy día se trata de una derivación del «choque de civilizaciones» planteado por Samuel Huntington o simplemente el reflejo de la sabiduría popular que dice que no es posible que vivan dos tigres en una misma colina. Cualesquiera sea el trasfondo, lo cierto es que existe un choque de poder y de dos cosmovisiones del mundo que incluso ya se reflejan en los mapas que usan y proyectan las cancillerías de ambos países.
El simbolismo de los mapas no es un asunto menor, pues implica un reflejo de la intensión de mantener o cambiar el relato histórico y geográfico entre el centro y la periferiacon todas las implicancias culturales y políticas de tener a la cabeza del mundo una democracia imperfecta o una dictadura perfecta.
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